Las fiestas navideñas, expresiones de sincretismo, comunidad e identidad
· El día 24 de diciembre, rodeados de adornos, junto al Nacimiento y el árbol de Navidad, los posaderos ofrecen a los peregrinos ponche, frutas de temporada, antojitos y otros alimentos tradicionales
Desde hace más de 400 años, las fiestas navideñas son una expresión que ha acompañado al pueblo mexicano. Históricamente constituyen un factor de sincretismo, pues en ellas se conjuntan elementos de la tradición indígena, europea, e incluso, china. Es el caso del Nacimiento, la Rosca de Reyes y las piñatas. Sin embargo, las posadas, villancicos y pastorelas, con sus particulares expresiones, son aportaciones culturales de nuestro país, y símbolo de identidad. Sor Juana Inés de la Cruz escribió varios villancicos durante el siglo XVII.
A partir de las posadas, las festividades navideñas convocan a la reunión con la familia, amigos y vecinos. En palabras de la etnohistoriadora Amparo Rincón Pérez, jefa de Arte Popular de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura, las posadas, que inician el 16 y concluyen el 24 de diciembre con el Nacimiento del Niño Jesús, simbolizan los nueve meses de embarazo de la Virgen María.
De acuerdo con la etnohistoriadora, en México el origen de las posadas data de 1587, cuando fray Diego de Soria, prior del Convento de San Agustín de Acolman, en el Estado de México, le pidió una bula o permiso al Papa Sixto V para celebrar las misas de aguinaldo, que tenían como propósito persuadir a todo el pueblo a participar en la celebración de la Navidad o Nacimiento de Jesús.
Siglos más tarde, en el XVIII, se adoptó la costumbre de designar a nueve vecinos para que organizaran las posadas y que una procesión llegara a sus casas en compañía de imágenes de la Virgen y San José. “Para hacer más alegre la
recepción, se crearon las letanías –cantos para pedir y dar posada–. Ambos grupos, los peregrinos y los moradores, las entonaban”, comentó la etnóloga.
El ritual de los cantos concluye cuando se abren las puertas a los peregrinos para darles alojo. Pero la fiesta no termina ahí. Los posaderos reciben a los visitantes con una gran bienvenida, entre luces de bengala y silbatos. Rodeados de adornos, junto al Nacimiento y el árbol de Navidad, les ofrecen el tradicional ponche, bebida caliente preparada con frutas de temporada; además de antojitos y otros alimentos como los buñuelos con piloncillo o azúcar. Los anfitriones regalan a los asistentes dulces de colación multicolores, rellenos de cacahuate o cáscara de naranja.
Uno de los momentos cumbres de este festejo, que con el paso del tiempo la población lo ha llevado a las calles y vecindarios, es la costumbre de romper la piñata.
En palabras de Amparo Rincón, “Hay quien dice que fue Marco Polo, el famoso navegante veneciano el que llevó la piñata de China a Italia, donde se denominó pignata. De ahí viajó a España, hasta que llegó a México junto con la Conquista y la colonización”. La otra versión de la tradicional piñata –estrella de siete picos elaborada de barro o cartón– es que llegó a nuestro país en la Nao de China, también llamada Galeón de Manila: nave española que atravesaba el océano Pacífico una o dos veces al año entre Manila, Filipinas, y los puertos de la Nueva España).
Aún sin conocer cuál de estos dos relatos es el verdadero, la investigadora asegura que todos los estudiosos están de acuerdo en que proviene de China. En esta nación elaboraban figuras de vaca, buey o búfalo que cubrían con papeles de colores y se les colgaban instrumentos agrícolas. El relleno consistía en semillas, que se esparcían cuando los mandarines, jerarcas de la China imperial, las golpeaban con unas varas hasta romperlas.
“La piñata llegó a México, a Acolman, donde nacieron las posadas, y luego se extendió por todo el país. Su uso no tenía que ver con la diversión, sino con fines evangelizadores: se ligaba al demonio. Su forma representaba los siete pecados capitales y lo vistoso de sus colores era para atraer a los mortales”, argumentó Rincón Pérez.
La etnohistoriadora citó al escritor Edgar Anaya Rodríguez, quien justificó el significado de romper la piñata: “Debía ser destruida a palos con la venda de la fe en los ojos hasta obtener la fruta de su interior: el premio a la fuerza de voluntad ante la maligna tentación”.
Con el paso del tiempo, la práctica de romper la piñata adquirió una razón más festiva, incluso está presente en otros momentos, como en los cumpleaños. Su contenido también se ha diversificado –además de fruta, hay quienes la rellenan de dulces, juguetes y otros objetos–. En cuanto a su forma, ahora depende de la creatividad de los artesanos que las elaboran, lo mismo sucede con el Nacimiento, igualmente característico en estas fechas.
La costumbre de colocar el Nacimiento, dice Amparo Rincón, “se remonta hasta el año 1223, cuando San Francisco de Asís celebró la Navidad en un pueblo italiano llamado Greccio, donde preparó un pesebre e invitó a la gente a participar en una especie de representación. La idea se popularizó rápidamente en todo el mundo cristiano”.
La estudiosa refiere que este concepto fue llevado por primera vez al barro a finales del siglo XIV, en Nápoles. Luego, el Nacimiento tradicional como hoy se le conoce, se extendió por toda Italia y España. “En México esta costumbre fue adoptada desde el siglo XVI con el propósito de que los pueblos originarios conocieran y participaran en este acontecimiento”.
Aunado a lo anterior, esta tradición se enriqueció con elementos propios de algunas comunidades de México, como el paisaje, la flora y la fauna. Mucho tuvo que ver la creatividad y producción artesanal, de la cual la investigadora afirma: “Cobró mucha importancia, especialmente en el siglo XX. El Belén –compuesto por la Virgen, San José y Jesús– y el Nacimiento –con la escena completa– comenzaron a ser representados con diversas técnicas y materiales: barro, madera, piedra, fibras vegetales (como la palma, ixtle, tule, hoja de maíz), vidrio, metal y textil”.
Otros personajes como el diablo, los ángeles y los pastores, también se convirtieron en protagonistas de lo que en México se le conoce como pastorelas, representaciones escénicas en las que se narran las peripecias que encaran los fieles pastores para llegar a adorar al Niño Jesús.
“En su camino a Belén, los pastores se encuentran con el demonio, quien, para evitar que lleguen hasta su destino, les presenta muchos obstáculos, trampas y tentaciones contra las que tienen que luchar”, explicó Amparo Rincón, y comentó que se sabe que la primera representación en México de una pastorela fue en Zapotlán, Jalisco, donde se enfrentaron San Miguel y Lucifer.
La pastorela, como obra de teatro –añadió la investigadora–, nació en el siglo XIX, con José Joaquín Fernández de Lizardi, autor de la obra La noche más venturosa, que se representó con actores profesionales y un lenguaje culto, distinto al empleado por los pastores. Al tiempo, la historia se nutrió de humorismo involuntario, irónico y pícaro, propio del mexicano. Al igual que antes, ahora también se presta para hacer crítica política y social.
Estas fiestas navideñas, sin duda, son una expresión de convivencia y unión entre la comunidad, así como parte de una nación pluricultural. Aunque a lo largo del tiempo se han transformado y adaptado, continúan siendo prácticas que nos distinguen en el mundo, concluyó Rincón Pérez.
Jóvenes y niños le dan identidad a su comunidad
· Los cinco Colectivos comunitarios de fotografía de Michoacán, se reúnen por primera vez en una exposición
· Los proyectos son apoyados por el programa México, Cultura para la Armonía, que busca acercar el arte a la población para acompañar su desarrollo
Como parte del programa México, Cultura para la Armonía, que coordina la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura, el sábado 16 de diciembre se presentó la exposición Identidades, en el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce, de Morelia, Michoacán.
Esta muestra reúne por primera vez los trabajos de los cinco Colectivos comunitarios de fotografía de dicha entidad, conformados por niños y jóvenes de los municipios de Huetamo, Jiquilpan, Quiroga, Morelia y Santa María de Guido.
En total son 40 imágenes las que conforman la muestra, que busca representar la identidad, las tradiciones y la riqueza social y cultural de las comunidades en donde se desarrollan los proyectos.
“Lo que se presenta es el fruto de la labor de estos Colectivos, cuyo objetivo es impactar en las poblaciones vulnerables del estado para que, a través del arte, puedan manifestarse o desarrollarse de una manera distinta”, señala la maestra Elsa Cecilia López Escamilla, titular del Colectivo comunitario de fotografía del ejido de Santa María de Guido.
La selección para la exposición se redujo a 8 imágenes por cada agrupación. “Por cuestiones de espacio, no hubo posibilidades de exponer más obra. Sin
embargo, se llevarán a cabo exposiciones individuales de cada Colectivo en sus propios municipios, mismas que servirán para exponer el trabajo fotográfico de todos los integrantes que los conforman”, añade Elsa Cecilia, quien fuera ganadora del Premio Estatal de las Artes Eréndira, el pasado 6 de octubre de este año.
Una parte importante es que el programa provee las cámaras digitales a los participantes, brindándole a cada niño o joven las herramientas necesarias para desarrollar sus prácticas en cada actividad.
“Es muy interesante cómo nuestros alumnos tienen una visión muchísimo más dinámica de lo que pudimos haber tenido en otras generaciones. Son eminentemente visuales y hacen sus proyectos con una sorprendente narrativa. México, Cultura para la Armonía, es un programa que acerca el arte y los museos a sus participantes para su desarrollo”, concluye.
La exposición Identidades permanecerá abierta hasta el 8 de enero de 2018. El Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce está ubicado en Av. Acueducto No. 18, Col. Centro Histórico, en Morelia, Mich. Entrada Libre.
12 de diciembre: día de la Guadalupana, celebración de expresiones de la diversidad cultural y la creatividad
“La imagen de la Virgen de Guadalupe vino a cohesionar y a reforzar dos cultos: por un lado, estaba la luna, y por otro, el cerro, visto como un espacio geográfico donde se reflejaba la vida en sí, las plantas, los animales, las cuevas. Lo cerros, por su ubicación en un lugar alto, eran motivo de culto, asociados con las pirámides”, señala la etnóloga Amparo Rincón Pérez, Jefa de Arte Popular de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas (DGCPIU) de la Secretaría de Cultura.
Por ello, iconográficamente la Virgen de Guadalupe ha sido representada sobre la luna, y también en algunas estampas se le sitúa sobre serpientes, ya que en el Cerro del Tepeyac antes de las apariciones se le rendía culto a Coatlicue, cuyo nombre en náhuatl significa 'la que tiene su falda de serpientes'.
Desde la primera aparición de la Virgen de Guadalupe según se fecha en el año de 1531 en el Cerro del Tepeyac, en el Virreinato de la Nueva España, el pueblo creyó y la adoptó como su madre protectora. Así, a más de cuatrocientos ochenta años de esa fecha, su culto y devoción no sólo se ha mantenido, sino que sigue creciendo y representándose en múltiples expresiones de la diversidad cultural, unión e identidad de los pueblos y creatividad de los fieles.
Después de que, como narra la tradición, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indígena chichimeca que acudió con el primer obispo de la diócesis de México, Fray Juan de Zumárraga, para revelarle la imagen milagrosa al descargar las rosas enviadas para erigirle a María Santísima un templo en ese lugar, sobrevino la construcción de la primera iglesia dedicada al culto guadalupano.
Este culto en un inicio se asoció con el de Tonantzin, la madre de los dioses venerada por los antiguos nahuas, por lo que el Tepeyac era ya un lugar considerado sagrado y mágico por los pobladores de la región. Los aztecas así habían levantado en ese sitio un santuario dedicado precisamente a esta deidad.
“Con el paso de los años, dentro de la cultura popular, la Virgen de Guadalupe representó un elemento muy importante, no sólo como parte de la tradición oral, en su papel de ser leyenda, narración, literatura, hasta penetrar en el campo de la música, sino que en el desarrollo del arte también podemos ver su gran significado, plasmándose en todos los materiales: madera, piedra, barro; grabada en coco, bordada en textil, reproducida en plumaria, en hueso, en metal”, añade Amparo Rincón.
Asimismo, el nombre de Guadalupe se ha convertido en uno de los más usados en México para designar tanto a mujeres como a varones, y no hay región o estado del país en donde no se le venere y adore, adquiriendo su imagen una proyección internacional, ya que se le rinde culto desde Canadá y Estados Unidos, hasta Centro y Sudamérica, así como en algunos países de Europa y Asia.
“Esta celebración si bien es cierto tiene un tinte religioso, también es una práctica de innovación creativa desde la perspectiva cultural, porque los pueblos del país han adoptado esta festividad no sólo como un evento religioso, sino como una expresión viva de su propio arraigo a la tierra”, describe la antropóloga Estela Vega Deloya, investigadora de la Dirección de Desarrollo Regional y Municipal de la DGCPIU.
Y agrega: “Esta festividad tiene más que ver con la reelaboración simbólica de la cosmovisión de nuestros pueblos originarios y con nuestro paisaje ritual de la Ciudad de México, o cuenca de México, donde se da la adoración de los cerros como principio básico del sistema cultural de la milpa”.
Dentro de estas correspondencias, también se da una expresión de los fieles muy importante por su diversidad cultural y actualidad, manifestada en la llamada ‘Antorcha’. La Antorcha, símbolo del fuego mariano, se constituye por comitivas de peregrinos que recorren varios países y estados de México.
Muy significativo resulta que en estos trayectos se vinculen los denominados ‘caminos reales’, senderos de los antiguos pobladores para traer e intercambiar comercio, y que posteriormente fueron vías asociadas a distintas etapas de la historia de México: caminos reales de los independentistas, de los ejércitos revolucionarios, etc.
Estas peregrinaciones que llegan a la capital del país, también pueden partir de ésta hacia diferentes naciones del continente, donde las mayordomías, las cofradías, los distintos gremios o estructuras comunitarias se juntan y se disgregan no solamente en el mes de diciembre, sino en otros periodos del año.
Los caminos reales y las Antorchas Guadalupanas reviven la memoria histórica de México, donde los espacios sacralizados, especialmente en cerros y cuevas, se ven invadidos por procesiones de feligreses que tienen como objetivo rendir tributo y ofrecer agradecimiento a esta figura fundamental de la tradición cultural y religiosa de nuestro país, símbolo de sincretismo, unión e identidad de los pueblos.
La cocina tradicional de las posadas, en estrecho vínculo con el sistema cultural de la milpa
Las posadas son una festividad que en México está profundamente arraigada y forma parte de la tradición popular decembrina. Algunos escritores y especialistas afirman que surgieron en el año de 1587, en el poblado de San Agustín de Acolman, Estado de México, con el propósito de adoctrinar a los pueblos originarios; otros, como Mariano de Cárcer y Disdier, investigador nacido en Málaga y nacionalizado mexicano, sostienen que llegaron de Andalucía, España. Aun sin saber cuál es la versión que corresponde a la realidad, en México los elementos que las rodean las convierten en una práctica única en el mundo.
En entrevista, la antropóloga Estela Vega Deloya, investigadora del Inventario del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Dirección de Desarrollo Regional y Municipal de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura, explica que en ciertas celebraciones, como en el caso de las posadas, coincide el calendario mesoamericano y el de los pastores europeos. A este sincretismo, donde se fusionan el nacimiento de Jesús y la cosecha del ciclo agrícola mesoamericano, la investigadora mexicana de origen austriaco Johanna Broda Prucha, lo define como “reelaboración simbólica”, dos cosmovisiones imbricadas en una misma festividad.
En nuestro país, las fiestas decembrinas de los pueblos originarios están íntimamente ligadas al sistema cultural de la milpa. “Octubre es el mes de la cosecha; después de recogerla en los pueblos ya no se trabaja, es el tiempo de la fiesta, tiempo de las secas. Con regocijo se agradece a los dioses y se celebra esta relación entre el hombre y la naturaleza que prevalece en la cultura indígena y popular de México”, destacó Estela Vega.
Las posadas, que inician el 16 y finalizan el 24 de diciembre, tienen su antecedente en el México colonial, cuando se llevaban a cabo las llamadas Misas de Aguinaldo (donde se ofrecían obsequios de Navidad y se acompañaban con villancicos alusivos al nacimiento del Niño Dios).
En este sentido, existe un legado culinario entre algunas poblaciones indígenas y mestizas con alimentos que tradicionalmente sólo se preparan o se comparten durante esta fiesta, más allá del ponche –que se ha extendido a lo largo del territorio nacional, con variadas recetas según la región y los ingredientes del lugar–, como el atole, los tamales, los buñuelos, la colación y la fruta propia de esta conmemoración.
De acuerdo con Estela Vega, en la tradición popular las posadas son el símbolo de la abundancia y de los dones que se reparten al momento de romper las piñatas y como celebración posterior a la cosecha. “Entre los evangelizadores se adoraba al niño Jesús; en la tradición mesoamericana, eran los “tlaloques”, pequeños servidores del dios de la lluvia, Tláloc y que también se relacionaban con el maíz, los que de alguna manera lo representaban. Al término de la estación de lluvias regresaban a la tierra durante la cosecha, cuando el maíz ya estaba maduro (los niños eran las mazorcas)”.
En 1942, el también investigador mexicano Germán, Andrade Labastida, presentó un trabajo en el que afirmaba que la celebración del nacimiento de Huitzilopochtli se realizaba alrededor de los días que coinciden con la Navidad. Se llevaba a cabo durante la noche y “al día siguiente había fiesta en todas las casas, donde se obsequiaba a los invitados comida suculenta e ídolos pequeños hechos de maíz azul, tostado y molido, mezclado con miel negra de maguey”.
Respecto al tema culinario transportado al escenario actual, Estela Vega comenta que en el estado de Veracruz, en la región de Los Tuxtlas, por ejemplo, la tradición de las posadas la llevan a cabo los niños y adolescentes en una práctica que se conoce como La Rama. A partir del 16 y hasta el 24 de diciembre, los jóvenes peregrinos van con una vara de árbol en la mano –en lugar de llevar las figuras de María y José– cantando la letanía: “naranjas y limas, limas y limones, más bella es la Virgen que todas las flores”. Entonces, la gente sale de sus casas y hace obsequios. “Al final, esas colaciones son llevadas a los altares de sus casas, donde está su Niño Dios, y con ellas se preparan diversos platillos y bebidas –como el licor de lima– para la Navidad”.
En las comunidades de Tixtla, Tlapa y Olinalá, en Guerrero, se come el pozole verde de semilla de calabaza chihua, exclusivamente para las posadas, y que también tiene que ver con este sistema ritual, festivo y agrícola. “Cuando se cosecha se aparta la comida para los dioses, que son nuestros muertos en noviembre; después, la comida para los dioses de la fertilidad, que inicia con las posadas y termina con la Candelaria, cuando nuevamente inicia el ciclo de la milpa y se bendicen las semillas”.
Otro caso es en Zozocolco de Hidalgo, Veracruz, donde la comunidad totonaca bebe el atole agrio, elaborado con semilla de maíz fermentada, y prepara el chilpozonte, un caldo de pollo hervido con chipotle que, a decir de Estela Vega, “es un guiso que forma parte del sistema cultural de la milpa. Porque el chile cosechado en noviembre se utiliza para las posadas, la Navidad y el Día de la Candelaria. Todo es un ciclo festivo”.
En otros estados, como Oaxaca, se prepara el pilte, platillo que se asemeja a un tamal sin masa de maíz, preparado con pollo y marinado con una mezcla de chile piquín, cebolla, sal y ajo, envuelto en hojas de plátano y hierba santa, cocido al vapor; donde nuevamente se recurre para acompañarlo al atole agrio que, a diferencia de Veracruz, éste lleva frijol bayo.
Finalmente, Vega Deloya afirmó que este lazo entre las festividades surgidas en la Nueva España y la cultura mesoamericana, y que derivan en el mestizaje, son parte de esta reelaboración simbólica a la que se refiere Johanna Broda y que se expresan en la cocina tradicional de las posadas.
Entregan Premio Nacional de la Cerámica 2017
El Gobierno de la República, a través de la Secretaría de Cultura, hizo entrega del XLI Premio Nacional de la Cerámica a las y los artistas ceramistas que resultaron seleccionados por el jurado calificador.
Cerámica contemporánea,Alfarería vidriada sin plomo,Cerámica tradicional, Escultura en cerámica, Cerámica en miniatura, Cerámica navideña y,Figura en arcilla, son las siete categorías premiadas, en las que se eligieron las obras más destacadas de creadores nacionales.
Jerónimo Morquecho Bonilla de San Cristóbal de las Casas, Chiapas fue el ganador en la categoría de Cerámica contemporánea, con la obra Abstracto; Marcos Martínez Reyes de la localidad de Capula de Morelia, Michoacán, en la categoría Alfarería tradicional sin plomo, por su obra Tradicional michoacano; José de Jesús Álvarez Nogal de Tonalá, Jalisco, en la categoría Cerámica tradicional por Ave Fénix y; Perla Cristina García López de Delicias, Chihuahua, en Escultura en cerámica, por su obra Cuerpos contenidos.
Martín Hernández Sánchez de Metepec, Estado de México, en la categoría Cerámica en miniatura por su obra Me tizné; Carmen Gutiérrez Flores de Naolinco, Veracruz, en la categoría Cerámica navideña por Nacimiento movible y; Alejandro Romero López de Capula de Morelia, Michoacán, en la categoría Figura en arcilla por su obra Mi familia.
El Premio Nacional de la Cerámica tiene como objetivo promover y fomentar la recuperación y preservación de las técnicas y diseños tradicionales de la alfarería mexicana, además de estimular la creatividad de las y los ceramistas para el desarrollo de nuevas propuestas, tanto en la cerámica tradicional como en la contemporánea.
El Premio Nacional de la Cerámica consta, en cada una de sus categorías, de una presea, un diploma y un reconocimiento económico de $130,000.00 (Ciento treinta mil pesos 00/100 M.N.).
El Consejo de Premiación está conformado por la Presidencia de la República, la Secretaría de Cultura, el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías, el Gobierno del estado de Jalisco y el Gobierno municipal de San Pedro Tlaquepaque.
Ganadores.
Jerónimo Morquecho. San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Categoría: Cerámica Contemporánea. Obra: Abstracto
Inició sus estudios en la Facultad en Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana y concretó esta carrera en el departamento de Escultura. En 2004 participó en el Simposio de Escultura Internacional en el Jardín de las Esculturas de Xalapa. Antes de finalizar sus estudios viajó a Francia para participar en el taller de Patrice y Barbara Rubí en la localidad de Suspierre Bridón. Durante cuatro años participó en el taller del maestro Gustavo Pérez, donde se profesionalizó en la cerámica de alta temperatura.
En 2011 ganó el Tercer Premio de la 5a. Bienal de Cerámica del Franz Mayer y un año después se le otorgó la beca de Jóvenes Creadores del CONECULTA. También participó en la Feria de ArteAffordable Art Fair en la ciudad de México. En 2013 obtuvo el Premio Nacional de Cerámica Contemporánea y también obtuvo la beca nacional del FONCA de residencias artísticas que realizó en España. En 2014 viajó a Dinamarca para trabajar en el taller de Bodil Brandt donde realizó un proyecto escultórico y ganó el Segundo Premio Nacional de Cerámica Contemporánea. En 2015 viajó a Copenhague para producir una serie de piezas en porcelana en el taller de Christian Brunn. Actualmente trabaja en San Cristóbal de las Casas.
Marcos Martínez Reyes. Morelia, Michoacán.
Categoría: Alfarería tradicional sin plomo. Obra: Tradicional michoacano
Artesano de la localidad de Capula en el municipio de Morelia. Se especializó en la rama de alfarería libre de plomo. Se inició a la edad de 12 años ayudando a sus padres de quien aprendió a trabajar el barro. Con su padre, a los 14 años empezó a pintar la artesanía y desde entonces trabaja la artesanía punteada o alfarería fina.
Desde hace 12 años utiliza la técnica del vidriado libre de plomo, gracias a lo cual ha podido participar y ser ganador en concursos estatales y nacionales como el Concurso del Árbol de la Vida en Metepec, en el Estado de México; obtuvo el Gran Premio del Arte Popular en la ciudad de México, y por supuesto el Premio Nacional de la Cerámica de Tlaquepaque, Jalisco. También ha participado en ferias, eventos de exposición y venta como la Feria de Grandes Maestros que se realiza en la ciudad de Chapala, Jalisco.
José de Jesús Álvarez Nogal. Tonalá, Jalisco
Categoría Cerámica tradicional. Obra: Ave Fénix
Hijo mayor de la familia Álvarez Nogal, empezó a la edad de 5 años en el taller de su padre en donde observó cómo éste desarrollaba sus trabajos en vasijas, jarrones y platones, entre otras piezas. Participa en todo el proceso creativo, desde la extracción del barro en las minas, hasta el molido con piedra para obtener la materia prima deseada y posteriormente trabajar en el amasado, modelado, moldeado, torneado que le permiten formar la pieza, para finalmente hornearla, bruñirla y decorar cada una de sus obras.
Paralelo a su actividad artesanal está también su trabajo agrícola, es agricultor y se dedica a la crianza de ganado.
José de Jesús sigue trabajando en la elaboración de barro canelo, barro ahumado, negro y de alta temperatura. Actualmente realiza todas las técnicas antes mencionadas y se ocupa en la preparación de colores, pinceles y piedras para bruñir, también trabaja en alizar, quemar y darles terminado final a sus productos.
Perla Cristina García López. Delicias, Chihuahua
Categoría: Escultura en cerámica. Obra: Cuerpos contenidos
Obtuvo la licenciatura en Artes Plásticas especialidad Pintura, en la Facultad de Artes de la UACH en 2012 y participó en el Taller experimental de Arte Contemporáneo impartido por Gabriel Macotela, en Casa Redonda Museo de Arte Contemporáneo. En 2015 realizó una estancia de investigación académica en la UNA, Buenos Aires, Argentina y tomó el taller de tejido sobre soportes alternativos con Guido Yannitto en la misma ciudad. En 2016 toma el Seminario El Hogar como personaje por Nirvana Paz en Taller Multinacional. Tutoría académica con Graciela Olio, en la Ciudad de la Plata, Argentina y obtiene la Maestría en Artes Visuales con orientación Escultura, en la UNAM.
Ha expuesto su trabajo en Chihuahua, Veracruz y Michoacán así como en Estados Unidos y Argentina. En 2012 obtuvo el Primer lugar en Escultura en Cerámica, en el 36° Premio Nacional de la Cerámica, Jalisco y un año más tarde repitió dicha distinción en la edición 37. Obtuvo el estímulo de Jóvenes Creadores 2012-2013 del FONCA en la Disciplina Artes Visuales Especialidad Escultura. En 2014 obtuvo la Mención honorífica en la categoría Pintura, de la IX Bienal de Pintura y Grabado Alfredo Zalce. Selección en Prisma Rectangular, La caja como punto de partida de la Estación Indianilla. En 2016 fue seleccionada en la 1er. Bienal UNAM de Artes Visuales.
Martín Hernández Sánchez. Metepec, Estado de México
Categoría: Cerámica en miniatura. Obra: Me tizné
Nació en Toluca, distinguido residente de Metepec, proviene de una familia con tradición artesana y alfarera por cinco generaciones, este artista es considerado como uno de los mejores dentro del ramo en artesanía de miniatura del país.
Desde la edad de 7 años su padre lo alentó y marcó sus inicios al llevarlo a trabajar con él a la Casa Escárcega, realizando la decoración de vajillas. Más tarde, cuando tenía 10 años comenzó a decorar junto con otros artesanos sus primeros Árboles de la Vida y cuatro años más tarde, junto con su hermano Hilario colaboró con la elaboración de piezas de barro. Al mismo tiempo se involucró formalmente en la participación de exposiciones y concursos.
Su trayectoria de 29 años le ha permitido representar a México en otros países, como en el intercambio cultural entre Metepec, México, y Trujillo, Perú, en el año 2002, la Restauración del Árbol de la Vida en Cuba, en 2007, y como Expositor en Pharr, Texas, un año después.
Ha trabajado con extraordinaria maestría el barro, utilizando el modelado a mano con la ayuda de agujas delgadas, puntas de maguey, para después pintar a mano. Siempre ha buscado mejorar formas y técnicas.
Hombre comprometido con sus orígenes, ya que es de los máximos promotores de la defensa del patrimonio artístico de Metepec, Martín Hernández ha convertido sus obras en símbolo y expresión, ya que sus conceptos y mezcla de colores que imprime en ellas las hacen únicas y personales.
Carmen Gutiérrez Flores. Naolinco, Veracruz
Categoría: Cerámica navideña. Obra: Nacimiento movible
Artesana y ama de casa. Su especialidad siempre ha sido la artesanía navideña. Ha obtenido numerosos y diversos reconocimientos y menciones honoríficas en las diferentes modalidades y categorías del barro.
Destacan el Premio Especial Bicentenario de la Independencia. XXXIV edición del Concurso Nacional Gran Premio de Arte Popular 2009, México.
Ha participado y ganado en las ediciones X, XVII y XXI del Concurso Nacional Nacimientos Mexicanos en 2003, 2010 y 2014 y fue merecedora de un Premio Especial en Diseño y Técnica Tradicional en 2017, dentro del mismo concurso.
En 2012 obtuvo el primer lugar en la categoría Cerámica navideña del Premio Nacional de la Cerámica 2012, otorgado por la Presidencia de la República.
Obtuvo el primer lugar también en el Concurso Nacional de Alfarería Árbol de la Vida. Metepec de manera consecutiva en 2014, 2015 y 2016.
Alejandro Romero López. Morelia, Michoacán
Categoría: Figura en arcilla. Obra: Mi familia
Actualmente vive en la localidad de Capula, donde inició su vida como ceramista.
A los 8 años, sus abuelos y padres los introdujeron a las técnicas punteadas y libres de plomo. Ha participado en varios concursos estatales obteniendo reconocimientos y en varias ocasiones en el Premio Nacional de la Cerámica. Cada año mejora sus técnicas a través de su participación en ferias y talleres, como el de los Grandes Maestros.
Ha manifestado en diferentes momentos que la cerámica es su vida y que su corazón está en cada una de las obras que elabora. Espera que sus hijos y nietos sigan con la tradición de la cerámica.