El maíz. Elemento de nuestra identidad,
muestra que da vida al totomoxtle
La riqueza cultural del maíz va más allá de la mesa, convirtiéndose en objeto de inspiración para los artesanos de México. Esto se aprecia en la exposición El maíz. Elemento de nuestra identidad, que se presenta en el vestíbulo de la sala Cristina Payán del Museo Nacional de Culturas Populares, en el marco de la XXVII edición de la Feria del Tamal.
Alrededor de una docena de piezas elaboradas con totomoxtle -la hoja seca que envuelve la mazorca del maíz- empleada generalmente para envolver los tamales, dan testimonio de la creatividad y destreza de artesanos de los estados de Guerrero, Jalisco, Morelos y Veracruz.
Esta pequeña pero representativa muestra, perteneciente a la colección del Museo, reconoce el trabajo de generaciones de artesanos que han intervenido esta noble materia prima para recrear bellamente todo tipo de escenas de la vida cotidiana y momentos históricos.
Muñecas bailarinas, músicos tradicionales, representantes de la Danza Moros y Cristianos, vendedoras de flores y hasta una tamalera dan fe de los oficios populares y tradiciones artísticas que distinguen a México; al igual que personajes que hablan de nuestra historia, entre ellos, una caravana zapatista y una pareja de revolucionarios.
Algunas de las técnicas empleadas para la elaboración de estas obras consisten en humedecer las hojas secas de la mazorca para hacerlas flexibles y en ocasiones teñirlas con anilinas para obtener una multiplicidad de colores.
La maestría de los artesanos les ha permitido perfeccionar la manipulación del totomoxtle para recrear hasta los mínimos detalles en cada pieza. En estas obras se podrán apreciar aplicaciones con lentejuelas, plumas, listón, hilo de ixtle, entre otros materiales, que los artistas utilizaron para completar cada figura.
La exposición “El maíz. Elemento de nuestra identidad” se exhibirá hasta el domingo 3 de febrero en el vestíbulo de la Sala Cristina Payán del Museo Nacional de Culturas Populares, ubicado en Av. Hidalgo 289, col. Del Carmen, Coyoacán, en la Ciudad de México. La entrada es libre.
Tlacotalpan, sede de la fiesta de las letras,
música y tradiciones del Sotavento
Entre música, versos, zapateado y tarima, del 31 de enero al 2 de febrero se llevará a cabo el Foro de Presentaciones Editoriales del Sotavento, dentro de las Fiestas de la Candelaria en el municipio veracruzano de Tlacotalpan, semillero de los primeros intérpretes y agrupaciones de son jarocho del país.
La Casa de la Cultura “Agustín Lara” será la sede en la que productores editoriales, promotores, artistas, investigadores y asociaciones civiles expondrán el resultado de sus esfuerzos por fortalecer y dar a conocer la riqueza cultural de la región sotaventina.
Esta iniciativa surgió hace 16 años, impulsada por la Secretaría de Cultura federal, a través de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas (DGCPIU) y su Programa de Desarrollo Cultural del Sotavento, que agrupa a las instancias estatales de cultura de Oaxaca, Tabasco y Veracruz.
El propósito es abrir espacios para que los portadores de la tradición y promotores del Sotavento den a conocer sus productos culturales, en los que se dé cuenta no sólo de la historia y tradiciones de esta región, sino de su vitalidad y transformaciones.
Durante tres días los asistentes al municipio, también conocido como “La perla del Papaloapan”, disfrutarán de esta fiesta con más de una treintena de presentaciones de libros, revistas, fonogramas, páginas web, cortometrajes, documentales y un Foro Especial de noches de son jarocho transmitido por Radio Educación.
La ceremonia de inauguración se llevará a cabo el jueves 31 de enero, a las 19:00 horas, en la Casa de la Cultura de Tlacotalpan, Ver., con la apertura de varias exposiciones plásticas que se inspiran en el crisol multicultural de la zona.
Desde temprano se enaltecerá la diversidad sotaventina
“Soy palabra que lacera, dulce amargo de cicuta, soy ácida y dulce fruta, letra criolla y alfarera”, escribe Jorge Luis Barradas Viveros en su libro “Octadecimando. Las décimas de ‘Jorgiux’”, presentación editorial que dará inicio a las actividades de este Foro el jueves 31 de enero, a las 11:30 horas, en el auditorio de la Casa de la Cultura.
Entre las presentaciones de libros se encuentra el libro “Cocina Tradicional y Popular del Istmo”, que edita el Programa de Desarrollo Cultural del Istmo de la DGCPIU. Así como la obra del creador del programa literario “Palabra que te cuento” y narrador oaxaqueño Sabino Pérez Ramírez, quien invitará a los asistentes a maravillarse del paisaje sotaventino con los relatos y cuentos de “Escamas de luna”.
El colectivo “Y sigue la mata dando” dará a conocer en el libro “Del campo son. Historias de músicos del municipio de San Andrés Tuxtla” Vol. 1, el testimonio de diez importantes herederos de la cultura náhuatl de Los Tuxtlas, en Veracruz. Ellos narran la entrada de la industria, la repartición de tierras y la migración, cambios que han dado pie al gradual desvanecimiento de los conocimientos ancestrales que enriquecían la región.
El escritor Juan Meléndez de la Cruz presentará la obra “Arcadio Hidalgo. Poeta, campesino, jaranero, revolucionario”, en donde a manera de crónica hablará de la formación y la vida de este músico y compositor, figura central para explicar el movimiento jaranero y su resurgimiento como un fenómeno social exitoso.
En tanto, la invención artística se hará patente a través de fonogramas de consagrados y nuevos intérpretes y agrupaciones, entre ellos el reconocido grupo de son jarocho Mono Blanco, quien regresa a este foro para presentar su más reciente disco “Fandango: Sones jarochos de Veracruz”.
La agrupación Los Veracruzanísimos. Pregoneros del Recuerdo con su material “Tributo a Lorenzo Barcelata”, le rinden homenaje al destacado músico originario de Tlalixcoyan, Veracruz. De igual forma se presentará el libro-CD “Roble florido”, que compila las décimas más entrañables, algunas inéditas, del versador y figura emblemática del son jarocho Guillermo Cházaro Lagos.
En estas jornadas también será recordado al cantautor tradicional Andrés Flores Rosas, fallecido el año pasado, con el disco “El camino”, homenaje póstumo y logro de un proyecto del propio autor y la agrupación Los Hijos de José, grabado con intérpretes de la comunidad Jarochicana de Los Ángeles, California, entre ellos Quetzal y Martha Flores y La Marisoul.
Se sumarán asimismo las presentaciones de los fonogramas “Almendra y su arpa jarocha”, “Quinto cerro–Son Jarocho”, “Antología musical del Istmo”, “ReggaeSon–Sones jarochos en ritmos jamaiquinos” e “Infinito”, del grupo Sontrack, entre otros.
Las miradas del Sotavento llegarán a la pantalla con algunos documentales y cortometrajes, como “Tlacotalpan: música, fandango y tradición”, realizado por docentes y alumnos de la escuela y del taller de jarana, versada y zapateado de la escuela normal Juan Enríquez, donde música, poesía y baile se transmiten de una generación a otra, para entremezclarlos con la educación formal. En “Son voz de mi pueblo”,Cintia Astrid Regüiferos mostrará las voces centenarias del pueblo veracruzano a través de la música con historias, leyendas y sueños que se entretejen.
Noches de fandango y son
Con estas noches en el foro exterior de la Casa de la Cultura, concluirán las jornadas diarias de esta celebración a la cultura sotaventina. Al escenario subirán las agrupaciones veracruzanas Ariles, Son del Valle, Los Campechanos y músicos campesinos de Santiago Tuxtla: Corazón de caña, Te con té, Quebranto, La Colondria y Jaraneros Viejos de Chacalapa; además de la representación oaxaqueña con los Jaraneros Mixes y Los Alebrijes; y de la Ciudad de México, el grupo Cucalambé, entre otras.
MAB
El mariachi, expresión musical de raíz afrodescendiente
e indígena, símbolo de identidad mestiza
El mariachi, una de las expresiones culturales y musicales más representativas de México, fue declarado Obra Maestra del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en el año 2011 por la UNESCO, y el 21 de enero quedó instituido como el Día del Mariachi.
Símbolo de identidad mexicana y herencia del mestizaje, está compuesto por un grupo de intérpretes que ejecutan diversos géneros de la música popular y tradicional (desde jarabes y sones, hasta boleros y canciones “de moda”), con temas que refieren, principalmente, al amor, la tierra y la mujer, entre otros.
Algunos elementos de composición, musicales y de imagen que hoy distinguen al mariachi distan mucho de las primeras agrupaciones, cuya existencia data del siglo XVI, alcanzando su consolidación en la primera mitad del siglo XX.
En sus orígenes, los mariachis estaban conformados con músicos de cuerda, violín, vihuela, guitarra, arpa, guitarrón de golpe conocido como tololoche y, en algunos lugares, tambora. En el siglo XX se hicieron reemplazos o adiciones de instrumentos, el más notorio fue la trompeta, adoptado por agrupaciones comerciales a partir de los años cuarenta.
Además de su desarrollo en el medio rural y campesino mestizo, en su invención destacan las aportaciones de los pueblos indígenas cora, wixárika, nahua, huichol y purépecha, quienes contribuyeron a su diversificación en la región Occidente de nuestro país (Nayarit, Jalisco, Colima, Michoacán y Zacatecas), cuna del género.
“El mariachi erróneamente se ha concebido como un fenómeno cultural exclusivo de la identidad mestiza”, escribe el etnomusicólogo J. Arturo Chamorro Escalante en su libro “Mariachi antiguo, jarabe y son: símbolos compartidos y tradición musical en las identidades jaliscienses”.
Añade que, para la tradición de los músicos de principios del siglo XX, mariachi fue el conjunto para bailar, más que para escuchar, como actualmente se presenta. Asimismo, propone la existencia de varios tipos de mariachi antiguo: indígena, mestizo y mestizo de Los Altos de Jalisco.
“La importancia del mariachi en las regiones indígenas se advierte desde la contribución que los propios músicos indígenas hacen en el estilo y técnica de ejecución de los instrumentos de cuerda, particularmente el violín, así como en los variados repertorios que se exponen entre sones de corte de danza, minuetes, portorricos, abajeños y los géneros de carácter social, como el corrido, la polka y las canciones en lenguas indígenas” explica.
Chamorro Escalante ubica como epicentro de los mariachis indígenas el noroeste de Michoacán, la porción costera de Michoacán y Colima, el norte de Jalisco y el noroeste de Nayarit, donde estos ensambles nativos interpretan música para danzas de cuauileros, xayacates, moachitas, de día de Corpus, de viejitos, kúrpites y negritos; además de sones de minuetes y tarima, corridos y canciones al ritmo de polka.
A la riqueza multicultural que posee esta manifestación, se suman los aportes de los pueblos afrodescendientes, que según el etnomusicólogo están presentes en la corporalidad y el sentido del ritmo en la música y el baile de los sones y jarabes, así como en la musicalidad y sensibilidad de la cultura ranchera.
La llegada de ensambles jaliscienses de Cocula y Tecalitlán -municipios considerados pioneros del mariachi- a la Ciudad de México, marcó el inicio de un movimiento migrante, que luego se extendería a todo el territorio nacional. Dos ejemplos fueron el Mariachi Tapatío Marmolejo de José Marmolejo y el Mariachi Vargas de Silvestre Vargas, que abonaron a la creación del modelo urbano de esta figura.
Las nuevas agrupaciones mariacheras ampliaron el repertorio a otros géneros musicales, entre ellos los “de moda”, acompañando a figuras del cine nacional de la Época de Oro, como Jorge Negrete, Pedro Infante y Javier Solís. Además, implantaron el traje de charro o “de gala” a su indumentaria, que se conserva hasta nuestros días, convirtiéndose en uno de los emblemas mexicanos por excelencia en el mundo.
Para la UNESCO, que declaró al “Mariachi, música de cuerdas, canto y trompeta” Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, “su música transmite valores que fomentan el respeto del patrimonio natural de las regiones mexicanas y de la historia local, tanto en español como en las diversas lenguas indígenas del oeste del país”.
La historia del mariachi mestizo e indígena, rural y citadino, antiguo y moderno, demuestra la persistencia y el arraigo, en términos de identidad, de los portadores de esta tradición musical nacida desde lo regional. Ellos, han logrado su fortalecimiento y difusión a nivel nacional y más allá de nuestras fronteras.
¿Por qué se llama ‘mariachi’?
Existen varias versiones en torno al origen del nombre de este género, una de ellas proviene de la palabra marriage (“boda” en francés), representada en la música que se escuchaba durante este festejo y en otras celebraciones durante la intervención francesa.
Otros estudiosos atribuyen su origen de la unión de la palabra mestiza castellana María, que nace en Cocula, Jalisco, y del vocablo shi, procedente de la lengua coca, para designar a la música que se interpretaba en honor a la Virgen María durante las fiestas patronales. Finalmente, otra versión sostiene que mariachi se refiere al tablado donde se colocaban los bailarines y músicos durante sus primeras representaciones.
XXVII Feria del Tamal en el Museo Nacional de Culturas Populares
Sabores y aromas provenientes de tradiciones ancestrales y recetas innovadoras deleitarán el paladar de los asistentes a la XXVII edición de la Feria del Tamal, organizada por el Museo Nacional de Culturas Populares y la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura federal.
Del martes 29 de enero al domingo 3 de febrero, de 10:00 a 20:00 horas, los patios del Museo recibirán a más de 50 expositores procedentes de seis países de América Latina, entre los que se encuentran Panamá, Honduras, Guatemala, Nicaragua y El Salvador, así como cocineros de 13 estados de la República Mexicana: Chiapas, Oaxaca, Guanajuato, Estado de México, Michoacán, Tabasco, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán, Hidalgo, Puebla, Tamaulipas y Sinaloa, así como de la Ciudad de México, quienes ofrecerán una gran variedad de tamales elaborados con ingredientes locales.
El tamal, del náhuatl tamalli, es un alimento que data de tiempos prehispánicos. Las crónicas del siglo XVI dan cuenta de su existencia como un elemento presente, tanto en los ritos ceremoniales como en la vida diaria.
La tradición de comer tamales el Día de la Candelaria está relacionada con el uso ceremonial que tenía dicho alimento en las diversas festividades prehispánicas, como la del inicio del ciclo agrícola, Atlcahualo, celebrada el primer mes del calendario mexica.
En Latinoamérica, de acuerdo con su procedencia, este platillo es llamado de diversas maneras: hayaca en Venezuela y Colombia; humita en Perú, Argentina y Chile; nacatamalen Nicaragua y Honduras; o pisque en El Salvador y Honduras. Todos con diferentes ingredientes y procesos de elaboración.
“Hay de chile, de dulce y de manteca”
En México, los tamales son tan diversos como las regiones y costumbres del país. Varían según el territorio en el que se elaboran y están fuertemente influenciados por los ingredientes, el tipo de elaboración y las tradiciones (festivas o culinarias) a las que pertenecen, así como a las lenguas que los refieren.
Se hallan, por ejemplo, los güemes de Baja California, elaborados con pasas y aceitunas; las corundas michoacanas, de origen purépecha, servidas con queso, crema y rajas; y en el sureste y la península de Yucatán el dzotobilchay, envuelto en hojas de chaya y relleno de huevo, además de los chanchamitos o los vaporcitos.
Una parte importante de los tamales es la manera de elaborarlos. Más allá de los ingredientes, su manufactura ha trascendido el tiempo y refleja en algunos casos procesos comunitarios y técnicas antiguas.
Así, por ejemplo, las corundas de ceniza, envueltas en hojas de carrizo; los mucbipollos yucatecos, horneados bajo tierra para comerse en el Hanal Pixan durante los festejos de días de muertos; o el zacahuil de la región huasteca, horneado bajo tierra y que por sus dimensiones se come compartido, estrechando la convivencia y los lazos de la comunidad, sobre todo en la época de carnaval o en el Xantolo -fiesta de los difuntos-.
En la mayor parte de México, los tamales están envueltos en hoja de maíz (totomoxtle), salvo algunos que lo están en hojas de plátano, hoja de carrizo y papatla u hoja de planta de maíz. En el centro del país, los ingredientes generalmente llevan alguna salsa que baña hortalizas o algún tipo de carne, ya sea pollo, puerco, pescado o mariscos.
Existen también los que se elaboran con ingredientes locales como la iguana, el armadillo o el pejelagarto, el camarón y las tichindas o, en años más recientes, ingredientes gourmet o menos tradicionales como el queso de cabra, los hongos portobello o crema de avellanas.
La costumbre de comer tamales ha perdurado hasta nuestros días y es un alimento que se distingue en celebraciones de todo tipo a lo largo del país, como bodas, bautizos, día de difuntos o en la Semana Santa.
Paralelamente a la Feria, en el vestíbulo de la Sala Cristina Payán se presenta la muestra “Candelaria”, conformada por una selección de piezas pertenecientes al acervo del Museo, elaboradas con totomoxtle, la hoja seca del maíz que ha servido a los artesanos para elaborar distintos productos, como bolsas, canastas y muñecos, además de ser el envoltorio del tamal.
La XXVII Feria del Tamal se llevará a cabo del 29 de enero al 3 de febrero, de 10:00 a 20:00 horas, en el Museo Nacional de Culturas Populares, ubicado en Av. Hidalgo 289, col. Del Carmen, Coyoacán, Ciudad de México. La entrada es gratuita.
Los Parachicos, fiesta multicolor
que preserva la tradición
La tradicional fiesta de los Parachicos de Chiapa de Corzo, Chis., es una de las celebraciones más importantes del país durante el inicio de año, llevándose a cabo del 8 al 23 de enero y catalogada como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad (UNESCO, 2009).
“La celebración está enmarcada en una serie de actividades que van encadenadas: se festeja a san Antonio Abad, al Cristo de Esquipulas y a san Sebastián, que es el Santo Patrono de la localidad”, señaló en entrevista radiofónica para el programa Su casa y otros viajes, de Radio Educación, la Etnohistoriadora Amparo Rincón Pérez, Jefa de Arte Popular de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura.
Esta tradición tiene su origen en una leyenda que se ha transmitido de generación en generación, la cual relata que María de Angulo, señora acaudalada proveniente de Guatemala, llegó a Chiapa de Corzo a mediados del siglo XVIII en busca de la cura para su hijo que no podía caminar. Allí un médico tradicional lo sanó, por lo que en agradecimiento ella decidió hacer una fiesta en honor al Santo Patrono.
“La celebración inicia el 8 de enero con el recorrido de los Chuntá -hombres vestidos y maquillados como mujeres, con faldas y blusas bordadas-, que eran la servidumbre de doña María de Angulo y repartían la comida en el tiempo de la sequía”, refirió también en la entrevista Paulino Nangullasmú Alegría, portador y mascarero de esta tradición.
Los Parachicos comienzan a danzar el día 15 y los días previos se lleva a cabo la repartición de comida por parte de las ‘pandillas’, “que visitan los distintos barrios e iglesias de la localidad, acompañándose de música, tambores, bandas, con gran algarabía”, agregó Nangullasmú Alegría.
Las danzas de los Parachicos se consideran una ofrenda colectiva a los santos venerados. Comienzan por la mañana y finalizan de noche. Con máscaras de madera, tocados con monteras y vestidos con sarapes, chales bordados y cintas de colores. Los bailarines tocan unas sonajas de hojalata llamadas “chinchines”. Los dirige un patrón que además de la máscara lleva una guitarra, una flauta y un látigo, acompañado por uno o dos tamborileros.
“La máscara de los Parachicos tiene dos presentaciones: la lisa o tradicional y la barbada, hechas de madera de cedro. En el proceso de pintado se utiliza el aceite de chía, que rescató en Chiapa de Corzo Antonio López Hernández –Maestro artesano, Premio de Ciencias y Artes 1998-. Las máscaras se pulen posteriormente con el esófago de la res, para alcanzar un terminado de porcelana y que utilizan más de 5 mil parachicos durante la festividad”, describió Paulino.
Además de estos bailes y recorridos, el poblado brinda a los visitantes algunas de las comidas y bebidas más tradicionales de la región, como la pepita con tasajo, el puerco con arroz, el cochito horneado o el pozol en diferentes modalidades.
“Por su carácter comunitario esta tradición fue considera Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Es una festividad también previa al ciclo agrícola, por lo que toda la localidad participa en una celebración multicolor, con imágenes que invaden cada calle. Es una fiesta comunitaria que da cohesión, por lo que es conocida como la Fiesta Grande”, añadió Amparo Rincón.
En torno al Santo Patrono gira toda la vida comunitaria de Chiapa de Corzo, lo que es fundamental para la festividad como parte de la identidad del pueblo y de su cultura; “ahí se encuentra la reconstrucción del tejido social. La gente debe conocer nuestras tradiciones. Cada fiesta se vive de manera diferente y es parte de nosotros, de nuestra esencia como mexicanos”, concluyó Rincón Pérez.