El fin de año de las poblaciones originarias significaba el cambio de autoridades tradicionales
Las culturas precolombinas, en su interacción con la naturaleza, desarrollaron una cosmogonía basada en ceremonias y rituales que les permitió conformar sus principales calendarios.
Con la Conquista y la Evangelización, estas celebraciones sufrieron muchos cambios, adaptándose a estos ritos las festividades religiosas cristianas. Con ello, las poblaciones indígenas adoptaron el calendario occidental o gregoriano y ajustaron en él sus antiguas creencias.
Uno de los principales festejos de las poblaciones indígenas producto de este sincretismo es el cambio de poderes, de varas o de bastones de mando, para conmemorar la renovación de autoridades.
Las llamadas “Autoridades Tradicionales” tienen un peso muy importante en las comunidades. Son elegidas por su prestigio, reconocimiento, sabiduría, trayectoria o valores éticos, y reciben nombres distintos: Consejo de ancianos, fiscales, mayordomos, topiles, gobernadores y comuneros, entre otros.
“Las autoridades anteriores a la Conquista tenían varias características que subsisten todavía entre sus descendientes en México. Respondían a su "calpulli" o barrio. Cada barrio tenía un gobierno propio y era más o menos independiente. Eran los ancianos de cada barrio, reunidos en consejo, los encargados de nombrar a los funcionarios responsables de llevar a cabo sus instrucciones en la comunidad”, señala la investigación "Usos y Costumbres en Comunidades Indígenas y Procesos Políticos-electorales”, de la Dirección Ejecutiva de Capacitación Electoral y Educación Cívica del Instituto Nacional Electoral.
En la actualidad, estas autoridades son consultadas para tomar decisiones y fungir como mediadores de conflictos. Se eligen mediante asambleas comunitarias cada inicio de año, aunque no existe un modelo general para su organización y representación.
Las autoridades tradicionales coexisten y comparten poder con las autoridades oficiales: síndicos, comisarios o presidentes municipales. Ambas pueden articularse en sus funciones, por ejemplo, las autoridades tradicionales gobiernan hacia el interior de la comunidad, y las oficiales trabajan en relación con instituciones estatales externas.
De esta manera, el rol de las autoridades comunitarias, simbolizadas con el bastón de mando o vara, es muy importante, ya que de ellas depende la transmisión de los conocimientos ancestrales para mantener la armonía y conducir a la toma de decisiones. A partir de este diálogo y el consenso colectivo, con la asesoría del Consejo de Ancianos, se fortalece la identidad, la equidad y la democracia de los pueblos indígenas.
El hecho de que esta renovación de poderes se lleve a cabo cada inicio de año, tiene que ver con que es época propicia para los cambios, para proponer metas y establecer propósitos. El proceso está relacionado con el fin del ciclo agrícola –periodo de sequía–, cuando el sol tiene menos fuerza, es época de fríos y la tierra empieza a prepararse para el siguiente periodo de fertilidad.
Aunado a esto, la mayor libertad de culto, de creencias y de prácticas religiosas ha hecho que muchas poblaciones indígenas retomen sus ritos y ceremonias antiguas. Entre las principales poblaciones que han sincretizado sus ceremonias propias con el festejo del año nuevo gregoriano, se encuentran los rarámuris o tarahumaras, los tzotziles, los huicholes, los chamulas y los otomíes.
“En la región tzeltal-tzotzil perduran, posiblemente como en ninguna otra parte de México, dos grupos distintos claramente definidos, a saber: los que reclaman directa o indirectamente ser descendientes del núcleo conquistador y que a sí mismos se apellidan ladinos o latinos, y la masa indígena, vencida y subordinada, a la que se denomina indios", refiere Gonzalo Aguirre Beltrán en su libro “Obra Antropológica IV. Formas de Gobierno Indígena”.
Y añade: "Existen las autoridades políticas, las religiosas y las eventuales. Las autoridades políticas son electas por consenso y duran todo el tiempo que el pueblo quiera, aunque se tienden a ajustar ahora a los tiempos constitucionales, y su función es la resolución de los conflictos en la comunidad. Las autoridades religiosas no son electas, sino se constituyen como autoridad por la vía de los hechos, acumulando prestigio con el tiempo, y su función es casar, curar e interpretar los sueños. Las autoridades eventuales, por último, son electas como su nombre indica para ocasiones especiales”.
El hecho de que el calendario festivo esté estrechamente relacionado con el ciclo agrícola, provoca que muchas de estas celebraciones sean en realidad ritos indígenas hacia las fuerzas de la naturaleza y sus periodos o temporadas de lluvia, de siembra y de cosecha.
Entre los cambios de poderes más significativos se encuentra el de los huicholes. Para este pueblo, las varas no sólo son una representación del poder, sino que simbolizan el poder mismo. Cada vara representa una deidad y ellas son las que transfieren el poder a los ancianos.
Esta renovación de autoridades tradicionales se convierte en la mayoría de las comunidades en una verdadera fiesta, tanto para agradecer a los mandos salientes como para dar la bienvenida a los nuevos.
Se consolidó el programa México. Cultura para la Armonía para mejorar las condiciones de convivencia social
Durante 2017 se consolidó el programa México. Cultura para la Armonía de la Secretaría de Cultura con diversas acciones en los 32 estados del país que buscan generar condiciones de convivencia social.
El director general de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas, Jacinto Chacha, instancia encargada de operar el programa, señaló que esta iniciativa es una política transversal de la Secretaría de Cultura que trabaja sobre todo en aquellos sitios de vulnerabilidad de la población.
En este sentido, dijo, son ya 90 los colectivos que se han formado en las distintas entidades para ofrecer talleres en diversas disciplinas desde la gráfica, la pintura y la fotografía, hasta el teatro, la radio comunitaria y el circo tradicional en 79 municipios en situación de vulnerabilidad.
El programa México. Cultura para la Armonía se creó en 2013 para contribuir a la restitución del tejido social y acompañar a las comunidades en la recuperación de los espacios públicos para el disfrute de la sociedad mediante actividades artísticas y culturales. Actualmente México. Cultura para la Armonía forma parte de las líneas de acción de la Secretaría de Cultura que encabeza su titular María Cristina García Cepeda.
“Todos los estados participaron con distintos temas, en Oaxaca procuramos a las radios comunitaria porque hay un arraigo de esta forma de comunicación en las comunidades originarias, pero hay otros estados que han elegido el taller de gráfica o de pintura mural”, refirió el director de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas.
En materia musical, el programa trabajó en Michoacán con 15 circuitos artísticos en los 13 municipios que conforman la zona de Tierra Caliente, con la participación de grupos de música tradicional, y en estados vecinos como Guerrero, Jalisco y el Estado de México.
México. Cultura para la armonía continuó con Cine Sillita, programa que ofrece funciones de cine al aire libre, para fomentar la recuperación del espacio público.
El director general de Culturas Populares indicó que junto con el Sistema Nacional de Fomento Musical, fueron apoyados dos proyectos: el Coro Indígena de Zozocolco en Veracruz y la Escuela de Música de Tamaulipas.
Adicionalmente a la existencia de estos colectivos, México. Cultura para la Armonía, destacó Jacinto Chacha, se amplió con la inauguración de techumbres, espacios que brindan servicios culturales y actividades formativas para niños, adolescentes y sus familias localizados en Iguala, Guerrero; Tapachula, Chiapas, y dos en Tijuana, importantes puntos de flujo migratorio.
El programa México. Cultura para la Armonía, en Michoacán, contempló talleres de laudería, en los cuales los participantes aprendieron a crear arpas, guitarras y violines, además de instrumentos tradicionales como la tamborita y la jarana de golpe.
Además, se capacitó en temas de promoción comunitaria, se desarrollaron actividades orientadas al reconocimiento de los derechos de los niños y jóvenes, actividades lúdicas para los niños, formativas para los jóvenes, de música, de teatro y actividades corales.
Con todas estas acciones, comentó el director general de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas, México. Cultura para la armonía tuvo un buen año para impulsar la generación de condiciones para mejorar el tejido social en zonas que han sido escenarios de violencia.
Durante 2017 se consolidó el programa México. Cultura para la Armonía de la Secretaría de Cultura con diversas acciones en los 32 estados del país que buscan generar condiciones de convivencia social.
Fotografías de Ramona Miranda, Jorge Vargas / Secretaría de Cultura y cortesía
Jóvenes y niños le dan identidad a su comunidad
· Los cinco Colectivos comunitarios de fotografía de Michoacán, se reúnen por primera vez en una exposición
· Los proyectos son apoyados por el programa México, Cultura para la Armonía, que busca acercar el arte a la población para acompañar su desarrollo
Como parte del programa México, Cultura para la Armonía, que coordina la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura, el sábado 16 de diciembre se presentó la exposición Identidades, en el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce, de Morelia, Michoacán.
Esta muestra reúne por primera vez los trabajos de los cinco Colectivos comunitarios de fotografía de dicha entidad, conformados por niños y jóvenes de los municipios de Huetamo, Jiquilpan, Quiroga, Morelia y Santa María de Guido.
En total son 40 imágenes las que conforman la muestra, que busca representar la identidad, las tradiciones y la riqueza social y cultural de las comunidades en donde se desarrollan los proyectos.
“Lo que se presenta es el fruto de la labor de estos Colectivos, cuyo objetivo es impactar en las poblaciones vulnerables del estado para que, a través del arte, puedan manifestarse o desarrollarse de una manera distinta”, señala la maestra Elsa Cecilia López Escamilla, titular del Colectivo comunitario de fotografía del ejido de Santa María de Guido.
La selección para la exposición se redujo a 8 imágenes por cada agrupación. “Por cuestiones de espacio, no hubo posibilidades de exponer más obra. Sin
embargo, se llevarán a cabo exposiciones individuales de cada Colectivo en sus propios municipios, mismas que servirán para exponer el trabajo fotográfico de todos los integrantes que los conforman”, añade Elsa Cecilia, quien fuera ganadora del Premio Estatal de las Artes Eréndira, el pasado 6 de octubre de este año.
Una parte importante es que el programa provee las cámaras digitales a los participantes, brindándole a cada niño o joven las herramientas necesarias para desarrollar sus prácticas en cada actividad.
“Es muy interesante cómo nuestros alumnos tienen una visión muchísimo más dinámica de lo que pudimos haber tenido en otras generaciones. Son eminentemente visuales y hacen sus proyectos con una sorprendente narrativa. México, Cultura para la Armonía, es un programa que acerca el arte y los museos a sus participantes para su desarrollo”, concluye.
La exposición Identidades permanecerá abierta hasta el 8 de enero de 2018. El Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce está ubicado en Av. Acueducto No. 18, Col. Centro Histórico, en Morelia, Mich. Entrada Libre.
Las fiestas navideñas, expresiones de sincretismo, comunidad e identidad
· El día 24 de diciembre, rodeados de adornos, junto al Nacimiento y el árbol de Navidad, los posaderos ofrecen a los peregrinos ponche, frutas de temporada, antojitos y otros alimentos tradicionales
Desde hace más de 400 años, las fiestas navideñas son una expresión que ha acompañado al pueblo mexicano. Históricamente constituyen un factor de sincretismo, pues en ellas se conjuntan elementos de la tradición indígena, europea, e incluso, china. Es el caso del Nacimiento, la Rosca de Reyes y las piñatas. Sin embargo, las posadas, villancicos y pastorelas, con sus particulares expresiones, son aportaciones culturales de nuestro país, y símbolo de identidad. Sor Juana Inés de la Cruz escribió varios villancicos durante el siglo XVII.
A partir de las posadas, las festividades navideñas convocan a la reunión con la familia, amigos y vecinos. En palabras de la etnohistoriadora Amparo Rincón Pérez, jefa de Arte Popular de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura, las posadas, que inician el 16 y concluyen el 24 de diciembre con el Nacimiento del Niño Jesús, simbolizan los nueve meses de embarazo de la Virgen María.
De acuerdo con la etnohistoriadora, en México el origen de las posadas data de 1587, cuando fray Diego de Soria, prior del Convento de San Agustín de Acolman, en el Estado de México, le pidió una bula o permiso al Papa Sixto V para celebrar las misas de aguinaldo, que tenían como propósito persuadir a todo el pueblo a participar en la celebración de la Navidad o Nacimiento de Jesús.
Siglos más tarde, en el XVIII, se adoptó la costumbre de designar a nueve vecinos para que organizaran las posadas y que una procesión llegara a sus casas en compañía de imágenes de la Virgen y San José. “Para hacer más alegre la
recepción, se crearon las letanías –cantos para pedir y dar posada–. Ambos grupos, los peregrinos y los moradores, las entonaban”, comentó la etnóloga.
El ritual de los cantos concluye cuando se abren las puertas a los peregrinos para darles alojo. Pero la fiesta no termina ahí. Los posaderos reciben a los visitantes con una gran bienvenida, entre luces de bengala y silbatos. Rodeados de adornos, junto al Nacimiento y el árbol de Navidad, les ofrecen el tradicional ponche, bebida caliente preparada con frutas de temporada; además de antojitos y otros alimentos como los buñuelos con piloncillo o azúcar. Los anfitriones regalan a los asistentes dulces de colación multicolores, rellenos de cacahuate o cáscara de naranja.
Uno de los momentos cumbres de este festejo, que con el paso del tiempo la población lo ha llevado a las calles y vecindarios, es la costumbre de romper la piñata.
En palabras de Amparo Rincón, “Hay quien dice que fue Marco Polo, el famoso navegante veneciano el que llevó la piñata de China a Italia, donde se denominó pignata. De ahí viajó a España, hasta que llegó a México junto con la Conquista y la colonización”. La otra versión de la tradicional piñata –estrella de siete picos elaborada de barro o cartón– es que llegó a nuestro país en la Nao de China, también llamada Galeón de Manila: nave española que atravesaba el océano Pacífico una o dos veces al año entre Manila, Filipinas, y los puertos de la Nueva España).
Aún sin conocer cuál de estos dos relatos es el verdadero, la investigadora asegura que todos los estudiosos están de acuerdo en que proviene de China. En esta nación elaboraban figuras de vaca, buey o búfalo que cubrían con papeles de colores y se les colgaban instrumentos agrícolas. El relleno consistía en semillas, que se esparcían cuando los mandarines, jerarcas de la China imperial, las golpeaban con unas varas hasta romperlas.
“La piñata llegó a México, a Acolman, donde nacieron las posadas, y luego se extendió por todo el país. Su uso no tenía que ver con la diversión, sino con fines evangelizadores: se ligaba al demonio. Su forma representaba los siete pecados capitales y lo vistoso de sus colores era para atraer a los mortales”, argumentó Rincón Pérez.
La etnohistoriadora citó al escritor Edgar Anaya Rodríguez, quien justificó el significado de romper la piñata: “Debía ser destruida a palos con la venda de la fe en los ojos hasta obtener la fruta de su interior: el premio a la fuerza de voluntad ante la maligna tentación”.
Con el paso del tiempo, la práctica de romper la piñata adquirió una razón más festiva, incluso está presente en otros momentos, como en los cumpleaños. Su contenido también se ha diversificado –además de fruta, hay quienes la rellenan de dulces, juguetes y otros objetos–. En cuanto a su forma, ahora depende de la creatividad de los artesanos que las elaboran, lo mismo sucede con el Nacimiento, igualmente característico en estas fechas.
La costumbre de colocar el Nacimiento, dice Amparo Rincón, “se remonta hasta el año 1223, cuando San Francisco de Asís celebró la Navidad en un pueblo italiano llamado Greccio, donde preparó un pesebre e invitó a la gente a participar en una especie de representación. La idea se popularizó rápidamente en todo el mundo cristiano”.
La estudiosa refiere que este concepto fue llevado por primera vez al barro a finales del siglo XIV, en Nápoles. Luego, el Nacimiento tradicional como hoy se le conoce, se extendió por toda Italia y España. “En México esta costumbre fue adoptada desde el siglo XVI con el propósito de que los pueblos originarios conocieran y participaran en este acontecimiento”.
Aunado a lo anterior, esta tradición se enriqueció con elementos propios de algunas comunidades de México, como el paisaje, la flora y la fauna. Mucho tuvo que ver la creatividad y producción artesanal, de la cual la investigadora afirma: “Cobró mucha importancia, especialmente en el siglo XX. El Belén –compuesto por la Virgen, San José y Jesús– y el Nacimiento –con la escena completa– comenzaron a ser representados con diversas técnicas y materiales: barro, madera, piedra, fibras vegetales (como la palma, ixtle, tule, hoja de maíz), vidrio, metal y textil”.
Otros personajes como el diablo, los ángeles y los pastores, también se convirtieron en protagonistas de lo que en México se le conoce como pastorelas, representaciones escénicas en las que se narran las peripecias que encaran los fieles pastores para llegar a adorar al Niño Jesús.
“En su camino a Belén, los pastores se encuentran con el demonio, quien, para evitar que lleguen hasta su destino, les presenta muchos obstáculos, trampas y tentaciones contra las que tienen que luchar”, explicó Amparo Rincón, y comentó que se sabe que la primera representación en México de una pastorela fue en Zapotlán, Jalisco, donde se enfrentaron San Miguel y Lucifer.
La pastorela, como obra de teatro –añadió la investigadora–, nació en el siglo XIX, con José Joaquín Fernández de Lizardi, autor de la obra La noche más venturosa, que se representó con actores profesionales y un lenguaje culto, distinto al empleado por los pastores. Al tiempo, la historia se nutrió de humorismo involuntario, irónico y pícaro, propio del mexicano. Al igual que antes, ahora también se presta para hacer crítica política y social.
Estas fiestas navideñas, sin duda, son una expresión de convivencia y unión entre la comunidad, así como parte de una nación pluricultural. Aunque a lo largo del tiempo se han transformado y adaptado, continúan siendo prácticas que nos distinguen en el mundo, concluyó Rincón Pérez.
La cocina tradicional de las posadas, en estrecho vínculo con el sistema cultural de la milpa
Las posadas son una festividad que en México está profundamente arraigada y forma parte de la tradición popular decembrina. Algunos escritores y especialistas afirman que surgieron en el año de 1587, en el poblado de San Agustín de Acolman, Estado de México, con el propósito de adoctrinar a los pueblos originarios; otros, como Mariano de Cárcer y Disdier, investigador nacido en Málaga y nacionalizado mexicano, sostienen que llegaron de Andalucía, España. Aun sin saber cuál es la versión que corresponde a la realidad, en México los elementos que las rodean las convierten en una práctica única en el mundo.
En entrevista, la antropóloga Estela Vega Deloya, investigadora del Inventario del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Dirección de Desarrollo Regional y Municipal de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura, explica que en ciertas celebraciones, como en el caso de las posadas, coincide el calendario mesoamericano y el de los pastores europeos. A este sincretismo, donde se fusionan el nacimiento de Jesús y la cosecha del ciclo agrícola mesoamericano, la investigadora mexicana de origen austriaco Johanna Broda Prucha, lo define como “reelaboración simbólica”, dos cosmovisiones imbricadas en una misma festividad.
En nuestro país, las fiestas decembrinas de los pueblos originarios están íntimamente ligadas al sistema cultural de la milpa. “Octubre es el mes de la cosecha; después de recogerla en los pueblos ya no se trabaja, es el tiempo de la fiesta, tiempo de las secas. Con regocijo se agradece a los dioses y se celebra esta relación entre el hombre y la naturaleza que prevalece en la cultura indígena y popular de México”, destacó Estela Vega.
Las posadas, que inician el 16 y finalizan el 24 de diciembre, tienen su antecedente en el México colonial, cuando se llevaban a cabo las llamadas Misas de Aguinaldo (donde se ofrecían obsequios de Navidad y se acompañaban con villancicos alusivos al nacimiento del Niño Dios).
En este sentido, existe un legado culinario entre algunas poblaciones indígenas y mestizas con alimentos que tradicionalmente sólo se preparan o se comparten durante esta fiesta, más allá del ponche –que se ha extendido a lo largo del territorio nacional, con variadas recetas según la región y los ingredientes del lugar–, como el atole, los tamales, los buñuelos, la colación y la fruta propia de esta conmemoración.
De acuerdo con Estela Vega, en la tradición popular las posadas son el símbolo de la abundancia y de los dones que se reparten al momento de romper las piñatas y como celebración posterior a la cosecha. “Entre los evangelizadores se adoraba al niño Jesús; en la tradición mesoamericana, eran los “tlaloques”, pequeños servidores del dios de la lluvia, Tláloc y que también se relacionaban con el maíz, los que de alguna manera lo representaban. Al término de la estación de lluvias regresaban a la tierra durante la cosecha, cuando el maíz ya estaba maduro (los niños eran las mazorcas)”.
En 1942, el también investigador mexicano Germán, Andrade Labastida, presentó un trabajo en el que afirmaba que la celebración del nacimiento de Huitzilopochtli se realizaba alrededor de los días que coinciden con la Navidad. Se llevaba a cabo durante la noche y “al día siguiente había fiesta en todas las casas, donde se obsequiaba a los invitados comida suculenta e ídolos pequeños hechos de maíz azul, tostado y molido, mezclado con miel negra de maguey”.
Respecto al tema culinario transportado al escenario actual, Estela Vega comenta que en el estado de Veracruz, en la región de Los Tuxtlas, por ejemplo, la tradición de las posadas la llevan a cabo los niños y adolescentes en una práctica que se conoce como La Rama. A partir del 16 y hasta el 24 de diciembre, los jóvenes peregrinos van con una vara de árbol en la mano –en lugar de llevar las figuras de María y José– cantando la letanía: “naranjas y limas, limas y limones, más bella es la Virgen que todas las flores”. Entonces, la gente sale de sus casas y hace obsequios. “Al final, esas colaciones son llevadas a los altares de sus casas, donde está su Niño Dios, y con ellas se preparan diversos platillos y bebidas –como el licor de lima– para la Navidad”.
En las comunidades de Tixtla, Tlapa y Olinalá, en Guerrero, se come el pozole verde de semilla de calabaza chihua, exclusivamente para las posadas, y que también tiene que ver con este sistema ritual, festivo y agrícola. “Cuando se cosecha se aparta la comida para los dioses, que son nuestros muertos en noviembre; después, la comida para los dioses de la fertilidad, que inicia con las posadas y termina con la Candelaria, cuando nuevamente inicia el ciclo de la milpa y se bendicen las semillas”.
Otro caso es en Zozocolco de Hidalgo, Veracruz, donde la comunidad totonaca bebe el atole agrio, elaborado con semilla de maíz fermentada, y prepara el chilpozonte, un caldo de pollo hervido con chipotle que, a decir de Estela Vega, “es un guiso que forma parte del sistema cultural de la milpa. Porque el chile cosechado en noviembre se utiliza para las posadas, la Navidad y el Día de la Candelaria. Todo es un ciclo festivo”.
En otros estados, como Oaxaca, se prepara el pilte, platillo que se asemeja a un tamal sin masa de maíz, preparado con pollo y marinado con una mezcla de chile piquín, cebolla, sal y ajo, envuelto en hojas de plátano y hierba santa, cocido al vapor; donde nuevamente se recurre para acompañarlo al atole agrio que, a diferencia de Veracruz, éste lleva frijol bayo.
Finalmente, Vega Deloya afirmó que este lazo entre las festividades surgidas en la Nueva España y la cultura mesoamericana, y que derivan en el mestizaje, son parte de esta reelaboración simbólica a la que se refiere Johanna Broda y que se expresan en la cocina tradicional de las posadas.